La
inteligencia emocional, según Daniel Goleman, se basa en cinco competencias
principales: conciencia emocional, regulación de las emociones, automotivación
e inteligencia interpersonal y habilidades sociales.
En las siguientes entradas nos centraremos en la primera: la conciencia emocional
Hemos de
saber identificar, reconocer y nombrar nuestras emociones. Tener conciencia de
nuestras propias emociones (y de la de los demás) en el momento en que ocurren
es la piedra angular de la inteligencia emocional. La capacidad para percibir
con precisión nuestras emociones y sentimientos, identificándolos y dándoles
nombre, será la competencia sobre la que se cimienten las otras habilidades de
la competencia emocional.
Nuestras
emociones van a proporcionarnos información valiosa sobre nosotros mismos,
sobre otras personas y sobre determinadas situaciones y hemos de saber
“escucharlas”. Esto implica
reconocer que tenemos emociones y
sentimientos, poder reconocerlos, saber qué los originó, ser conscientes de su
intensidad y poder identificar su significado.
No
siempre es fácil este primer paso, y en muchas ocasiones las personas nos
negamos o reprimimos las emociones. A veces nos prohibimos, consciente o
inconscientemente, vivir una emoción que nos incomoda, y la reemplazamos por
otra; es lo que se llama fenómeno de racket emocional. En concreto, estos
sentimientos sustituyen a otros sentimientos reprimidos o prohibidos, son
sentimientos que se usan para manipular a otro (chantaje emocional) o son
sentimientos que están fuera de contacto con el aquí y ahora (alguien te da una
mala noticia, esperas que esté triste, pero bromea o se burla de sí misma).
¡Cuántas
veces un sentimiento que tenemos está escondiendo otro! Os dejo el enlace en
vídeo http://www.youtube.com/watch?v=7e2zEuS-jn4 el
cuento “La tristeza y la furia” para
ilustrar lo que quiero decir.
Sin embargo, reprimir una emoción o “falsificarla” no
hará que desaparezca, por más “disciplina y control” que utilicemos. Seguirá
presente en nuestras vidas, pero expresándose de otras formas, como rigidez
corporal, insomnio, adicciones, falta de espontaneidad,… A
veces negamos la realidad con el propósito de no afrontar situaciones y sentimientos que nos resultan
dolorosos; distorsionamos, disfrazamos o bien negamos lo
que sucede y lo que sentimos para evitar sentir ansiedad y dolor.
Podríamos establecer una escala dentro del grado de
conciencia emocional: 1. No tenemos ninguna conciencia de nuestros sentimientos
o emociones. 2. Registramos físicamente nuestras emociones, como dolores
de cabeza o mareos, pero no tenemos conciencia de las emociones mismas. 3.
Tenemos conciencia de una emoción pero no sabemos en qué consiste, no podemos
hablar acerca de ella ni comprenderla (me siento mal pero no sé muy bien qué me
pasa) 4. Podemos diferenciar los sentimientos y hablar de ellos 5. No sólo
podemos diferenciar las emociones, sino que además sabemos cuáles son las
causas de la misma 5. Estamos en contacto con las emociones de otras personas
(empatía).
En ocasiones la
dificultad estriba en que hay sentimientos
que fluyen de forma casi inconsciente, y que pueden tener bastante influencia
en nuestra forma de percibir las cosas o de reaccionar ante determinadas
situaciones. Desde una intervención terapéutica hay distintas técnicas que
ayudan a la persona a reconocer y aceptar, en definitiva a hacer fluir y
liberar, aquellos sentimientos y emociones que por algún motivo no nos estamos
permitiendo sentir. En la siguiente entrada describiré unos sencillos
ejercicios y pautas que facilitan la toma de conciencia de nuestras emociones y
sentimientos.
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