Hasta ahora nos hemos
centrado en la importancia de lo racional, tanto en la conveniencia de un auto
diálogo interno positivo con nosotros mismos como en la de combatir los
pensamientos negativos. También nos hemos detenido en la
utilidad de mantener un espacio personal dinámico y saludable, con
objetivos y metas realistas que nos supongan cierto reto. ¿Dónde quedan las
emociones? ¿Quiere decir esto que no son importante los sentimientos?
En absoluto: la razón (nuestros
pensamientos) y la emoción son indivisibles. Los estudios de del neurólogo
Antonio Damasio demuestran que el cerebro trabaja de modo que hay una continua
interacción entre razón y emoción: mientras la corteza prefrontal está implicada
en los razonamientos y toma de decisiones, la amígdala y el hipocampo son los
responsables de los procesos
relacionados con las emociones, estando en continua interacción debido a las
interconexiones entre existentes la corteza cerebral y el cerebro emocional.
No se trata de controlar o reprimir
nuestras emociones, sino de regularlas y gestionarlas adecuadamente, logrando
un equilibrio entre nuestra razón y nuestra emoción.
Antes
de continuar quería incidir en la distinción entre emoción y sentimiento.
La
emoción puede ser definida
como un estado
complejo del organismo caracterizado por una excitación o
perturbación que puede ser fuerte; implica la activación del sistema nervioso
autónomo. Digamos que es “lo que sentimos en el cuerpo”,
una sensación física, corporal. Implica una
evaluación de la situación, muchas veces inconsciente, para disponerse a la
acción. La duración de una emoción puede ser de algunos segundos a varias
horas.
El
sentimiento
es el componente subjetivo
o cognitivo de las emociones, es decir, la experiencia
subjetiva de las emociones. En otras palabras, la etiqueta que ponemos a la
emoción.
De cómo gestionar las
emociones y nuestros sentimientos nos centraremos en las próximas entradas.
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